Lo que está pasando estos días puede ser histórico, ya sea un capítulo o una nota al pie de página.
Muchos ciudadanos no estamos contentos con la sociedad política.
Muchos nos sentimos traicionados por una clase política que ha convertido la democracia en una oligarquía, que nos dice que estamos en una economía de mercado cuando en realidad es una sucesión de oligopolios.
Fui a la manifestación del domingo porque quiero que la clase política cambie. Y allí me encontré con gente con ideas muy distintas a las mías, pero con una desilusión común con los políticos, sindicatos y organizaciones empresariales.
Allí estaba yo, un pequeño (minúsculo) empresario. Había catedráticos de Universidad. También estudiantes, parados y empleados. De izquierda y derecha. Un grupo tan heterogéneo como la sociedad civil de la que procede.
Algunos culpaban a los bancos. Otros acusábamos a los políticos de ser cómplices de la crisis inmobiliaria. Otros a los empresarios depredadores. Muchas opiniones discordantes, pero conviviendo sin el sectarismo de la clase política actual. Aceptábamos naturalmente que el de al lado gritara una consigna con la que no estábamos de acuerdo, porque sabíamos que la próxima sí reflejaba nuestro parecer.
Sólo puedo hablar por mí. Sólo soy uno más. Pero creo que esto es más complejo que la manifestaciones universitarias de mi juventud. Incluso más complejo que el episodio más doloroso de la democracia española: el 11M.
Quien dice que este movimiento quiere impedir que se vote en las elecciones del domingo se equivoca. Quien piensa que es totalitario por pedir a los partidos que cambien de actitud es decimonónico. Quien cree que pretende hacer cambiar la orientación del voto de alguien es que ve la democracia sólo como una sucesión de elecciones.
Internet nos ha servido para escuchar, como en el cuento, a un niño decir: El rey está desnudo.
PS: Pienso votar al mismo partido que pensaba votar hace tres meses.
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