A una persona le van bien las cosas. Sale con sus amigos, lee, trabaja, piensa es su futuro, como casi todo el mundo.
Otra persona tampoco puede quejarse. Va de botellona, juega con la wii que le regalaron por navidades, va a clase, le quedan pocas asignaturas para terminar la carrera. Tiene pensado entrar a trabajar en una caja de ahorros, que siempre contratan en verano.
Podemos ver la situación como dos líneas que se van dibujando en un plano, con sus altos y bajos, pero que avanzan hacia algún lugar. Hasta que un día se cruzan.
De vuelta a casa una tarde, ambos pensando en qué van a comer y si cogerán el atasco que siempre les atrapa a esa hora. Ya están hartos de la comida de la universidad, que ni es sana ni es buena. A la primera persona le espera una ensalada de pasta y un pisto congelado, a la segunda la, carne con tomate que le sale tan buena a su madre.
Hay cola en el autobús, que se llenará y dejará a algunos esperando 20 minutos más. Ambos pasan por su lado y miran si hay alguien conocido. No es así y pasan de largo. A la segunda siempre le fastidian los badenes que han puesto en la avenida de salida: Cuando conduce el coche nuevo de su padre le encanta apretar el acelerador.
Dos minutos y 47 segundos más tarde, alguien acelera para sentir la potencia del motor a sus pies, sin percatarse de que unos pocos metros más adelante, el atasco ha hecho parar el coche que tenía delante. Dentro del coche detenido suena el resumen informativo, que cuenta que el ipc ha subido. Las ideas sobre cómo mejorar el borrador de la tesis vuelan mientras pasan los segundos, esos segundos en los que el motor de un coche acelera unos metros atrás, desarrollando toda la potencia para la que fue diseñado.
Le han quitado su vida. No me refiero a su vida biológica ni a su futuro, ni a las oportunidades que ha perdido. Es otra cosa de lo que hablo. Ahora no puede disfrutar de una novela de Paul Auster, escritor al que acaba de descubrir: le duele la espalda cuando lleva dos minutos concentrada en un libro. No puede ir a jugar un rato con el hijo de sus amigos, ni ir a tomarse una cerveza a la Plaza del Salvador. Le han robado sus momentos de alegría, sus momentos de mal humor al despertarse por la mañana y escuchar la última barbaridad de los políticos. Y un sentimiento de injusticia corre por sus venas y le escuece el alma. Lo hace tanto que no puede pensar en otra cosa, porque el dolor en la espalda y hombros no se lo permite. Probablemente no le dejará nunca.
Dentro de un par de años uno de nuestros personajes recordará lo frágiles que somos. El otro no.
Hace unos años, cuando era un adolescente, Sting hizo uno de los mejores discos de pop de la historia: …Nothing like the sun. Brandford Marsalis, el músico de jazz, le ayudó a hacer algunas de las más bellas canciones que haya compuesto. Una de ellas se llama Fragile. [kml_flashembed movie=»http://www.youtube.com/v/F1WhR4Z_u2U» width=»425″ height=»350″ wmode=»transparent» /] Tomorrow’s rain will wash the stains again, but something in our minds will always stay.
Foto de Roadside Pictures.
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