Sentirse bien, con esperanza, con ganas de trabajar, de hacer cosas nuevas que funcionen mejor que las antiguas.
Sentirse satisfecho, orgulloso de lo hecho, convencido de la bondad de lo hecho, capturado por la virtud de la perseverancia, pero perezoso respecto a novedades, hastiado cuando se plantea innovaciones por implementar o enfoques distintos del actual.
¿Cuál es la línea que separa ambas situaciones? Muchos hablan de la situación de confort, de lo útil que es salir de ella para innovar, del peligro de rutinizar la actividad o los objetivos.
¿Cómo cambiar constantemente sin nadar a la deriva? Esta es la pregunta que algunos amigos jóvenes me hacen, esperando una respuesta convincente, algo que les saque de las ganas de cambiar un ambiente que no les gusta sin sentirse revolucionarios o lunáticos a la vista de los que les rodea. Cuando eso pasa, no se qué hacer. ¿Quién soy para dar consejos?
PS: Andrea Motis, nacida en 1995, rocks.
Deja una respuesta