A trabajar, a trabajar, hasta enterrarlos en el mar…

Cuando era pequeño, cantaba con mis padres este hermoso poema de Alberti.

Hoy, mientras en mi ciudad un consejo de ministros enviaba al congreso una ley injusta y retrógrada, mi respuesta ha sido con las únicas armas de las que dispongo: mi trabajo. No he hecho nada especial, excepto trabajar con más concentración y convicción que otros días: sólo soy un ciudadano y mi trabajo es lo único que tengo.

Contra aquellos que quieren perpetuar sus privilegios en un sistema caduco, aquellos que quieren arrastrarnos con ellos a un abismo de censura y poder omnímodo del Estado para ello, mi desprecio, mi rencor y mi trabajo sin descanso.

Contra aquellos que se han dejado convencer de este engendro y que después no han atendido las alertas del mal que nos hará la Ley Sinde. A aquellos  que la han aprobado, mi profecía de que se arrepentirán. Mucho tienen que cambiar las cosas en el congreso. Y mi desconfianza me lleva a no conformarme con menos de su retirada completa.

El manifiesto que apoyé.

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