Cosas que se dicen:
Existe un concepto agónico de la política que expresó muy bien Carl Schmitt en los años 20, según el cual la política es asunto de amigos y enemigos. Los totalitarios, fascistas o comunistas, y sus numerosos descendientes, siempre han entendido muy bien este concepto, y actuado en consecuencia. Ello se corresponde con la lectura brutal, incivilizada, de quien no entiende lo que es compartir el poder y ponerle límites, y está obseso con quedarse con él y ejercerlo e imponerlo sobre una sociedad. Pero la visión alternativa, civil o civilizada, del poder no es ésa. Más bien es la de que el poder te da alguna capacidad para hacer cosas, para tomar decisiones basadas en una deliberación colectiva acerca del bien común, en la que intervienen gentes con intereses y perspectivas distintas. El oponente político es un componente esencial de ese proceso de deliberación. Tenemos que cuidar a nuestros oponentes. Tolerarlos o respetarlos es insuficiente. Hay que protegerlos, porque son un recurso fundamental en el proceso de deliberación colectiva.
Algunos que saben bien cómo funciona el mundo real:
La rebelión de los hombres de bien, de los injustamente proscritos y de los seres libres puede todavía triunfar y alumbrar un mundo mejor, a pesar de que los enormes recursos y poderes de los depredadores los hacen parecer invencibles. Pero es necesario, primero, crear ciudadanos en masa, legiones de seres libres, dispuestos a asumir responsabilidades, a recuperar costumbres y valores democráticos olvidados, a debatir, discernir y plantarle cara a los gobiernos corruptos, a desprestigiar a los dominadores ilegítimos y a sustituirlos, finalmente, por estructuras de poder no profesionales, diseñadas para que florezca la ciudadanía y basadas en la autogestión y el autogobierno.
Francisco Rubiales en su libro Políticos, los nuevo amos
Y otros que te lo hacen ver de otra manera:
Lo que hace necesario la decisión colectiva es la escasez. Imaginemos que tenemos de hacer una ensalada. Imaginemos que sólo hay un bol donde hacerla, o símplemente que por lo que sea sólo puede hacerse una ensalada para todos. Obviamente ahí sólo cabe o una decisión autoritaria o un proceso de agregación colectiva de preferencias individuales. Y dentro de esta opción, evidementemente, existen distintos sistemas que conocemos como democracia.
Todo proceso de agregación implica una cierta abstracción. En el límite: una persona, un voto. Nada más abstracto, homogeneizador e impersonal. Eso no sólo es necesario para poder agregar preferencias de distinta naturaleza, intensidad y fundamento, sino que incluso tiende a impregnar y dar forma a la escenificación del proceso. ¿Por qué? Pues símplemente porque la esencia de toda decisión eficiente cuando se distribuyen recursos en escasez es que no se puede mejorar la situación de nadie sin empeorar la de otro. Cada expresión de preferencias de uno implica una reducción de posibilidades de los demás que no concuerden con ellas. Lo cual sin duda tiene un coste. Coste que se reduce al presentar el sistema como una máquina de generación de decisiones, como un abstracto con el cual nos relacionamos, en vez de -como corresponde a la realidad- como una forma de relacionarnos con otros para tomar decisiones colectivas a costa de cada uno.
David de Ugarte, en su entrada Zizek, la ciberdemocracia y los limites de la Modernidad en la Era Virtual.
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