Recuerdo que este tipo de cosas me preocuparon durante un tiempo. Pero era más general: las consecuencias no intencionales de la acción. Más tarde ví algo parecido al ver cosas de políticas públicas, sobre la implementación de las ideas en programas de actuación.
Recuerdo con gran placer una discusión sobre el poder de los funcionarios con un político del PSOE. El pobre pensaba que podía poner en marcha un plan para arreglar… el mundo. Para él todo era cuestión de planes: Si era la doble fila de coches, bastaba con una campaña de concienciación, seguida de un plan de actuación de policías locales poniendo multas a los pocos malos que no fueran «concienciados» en la primera fase del plan. ¿Ingeniería social, “Ingenu-ería” social o Toma de pelo? Nunca me quedó claro. En los tres casos, es peligroso estar en manos de gente así.
No niego que la implementación de políticas efectivas sea algo imposible, no soy de los nuevos liberales radicales: cualquier forma de intervenir en la realidad es contraproducente, la realidad se cambia sola hacia el máximo de entropía (el mejor de los mundos). Algunos son así. Cosas de adoptar principios y buscar tan buenos finales como en las películas de Capra
Con las cosas que un profesor inútil me enseñó en Granada (algunos inútiles tuve, sí señor) y pensando sólo cinco minutos es fácil llegar a la conclusión de que estas cosas ya las pensó Aristóteles y Duverger. Weber estaba por encima de estas minucias, era sólo cuestión de desarrollar con sentido común algunos párrafos de un ensayo sobre parlamentarismo (¡Ay esa jaula de hierro!)
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