En homenaje a Cesar Vidal, que reconforta el final de la jornada.
Corría el año de 1982 cuando en una fria ciudad del Norte de Europa, llegaban las tardes, y sobretodo los fines de semana, cuando la desesperación de la soledad y el aburrimiento abatian al “gilipollas” que tenía que “haberse cortado las manos cuando decidió solicitar la puta beca”, cuando no sabía en que gastar las horas que quedaban hasta que llegara el dia siguiente bien temprano, y además bien de noche, los programas de simulación en ordenador estaban corriendo en el entonces ordenador superrápido de la Universidad, y ya sólo quedaba esperar, quizás estuidar y repasar los resultados obtenidos ese día, o simplemente y con demasiada frecuencia, acordarse de una chica guapa, muy guapa que estaba en la ciudad del cálido sur. De ser consciente de que los días que estaban pasando sin dos crios a los que veia en las fotos colgadas de una pared. eran ya irrecuperables, que probablemente vendrian otros días, pero esos eran ya irrecuprables, finalmente encontró un consuelo, que desde luego no sustitutía a la melancolía, y era el decubriemiento en la Biblioteca Central de la Universidad de una gran colección de novelas en español que le ayudaron a ocupar los huecos que en el alma le estaban dejando los tres ausentes del sur.
Al igual que el imbécil de la ciudad del norte, a Patricia sólo pueden llenarle los largos y posiblemente vacios días en Arizona que parecen no acabar nunca, la búsqueda de unos buenos libros, que le ayuden a darse cuenta que en todos sitios siempre se encuentra un buen compañero en un libro, o algo similar, para darse cuenta que allá a donde vaya, siempre irá con ella su espíritu indomable del que tan orgullosos se sienten los otros tres miembros de eso que llaman familia y que un estúpido como ZP se quiere cargar.
Un beso para cada uno, no sé cual sería el orden, pero eso sí, ahora me vais a permitir que el más fuerte sea para la “más bonita al Oeste del Missippi”.
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