Vemos un hombre respira con dificultad. Grita porque sufre. No puede hablar para contarnos qué le molesta, qué le duele.
Nuestra compasión no le ayuda, no le calma la angustia que se va apoderando de sus vísceras.
Somos frágiles.
He pasado la noche con mi abuelo en el hospital, sintiendo que le dolía cada minuto que respiraba, cada inspiración que vivía. Y no podía hacer nada. Ni siquiera podía desear que se mejorara o empeorara. Es inútil desear algo en casos como estos. No es bueno para él (lo que sea, ocurrirá de todas formas) y no es bueno para mí (demasiados altibajos me dan angustia, inseguridad, me hacen sentir un niño perdido en un parque de atracciones)
Deja una respuesta